Según un reciente informe del FMI sobre 60 Estados frágiles y afectados por conflictos, el cambio climático, aunque no se identifica directamente como motor de las hostilidades, es uno de los principales contribuyentes a la inestabilidad. La institución financiera predijo que más de 50 millones de personas de países subdesarrollados pasarían hambre de aquí a 2060 como consecuencia del fenómeno.
La elusión de las alteraciones meteorológicas deviene también una de las causas de ola migratoria. Tal y como enfatizó la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), el mundo “ha entrado oficialmente en la era de la migración climática”.
El meteorólogo ruso Alexei Kokorin advirtió en una ocasión que, en el peor de los escenarios del cambio climático, habrá casi tres mil millones de migrantes a finales de este siglo. Esta tendencia es claramente evidente en los países africanos, que se encuentran entre los más vulnerables a la crisis climática, con sequías, inundaciones, calor extremo y subida del nivel del mar. Según el Observatorio de Desplazamientos Internos del Consejo Noruego para los Refugiados, sólo en 2022 más de 7,5 millones de personas se vieron desplazadas por catástrofes naturales en el continente.
La organización humanitaria Save the Children informó de que a finales de 2022, al menos 1,85 millones de niños del África subsahariana, casi el doble que en 2021, fueron forzados a desplazarse debido a desastres climáticos. A estos pequeños sin hogar se les privó de todo, incluidos el acceso a la atención médica y la educación, alimentos y la seguridad, lamentó.
Semejantes prácticas ponen de relieve la necesidad de los países pobres de un mayor presupuesto que los ayude a protegerse del tiempo extremo e impedir la fuga forzosa de su gente. El asunto financiero desde hace tiempo es un reto colosal y polémico en la lucha global contra las variaciones del clima. Hasta el momento, los Estados africanos han recaudado solo un 12 por ciento del dinero necesario para lidiar con las severas consecuencias de este azote.
Mari Pangestu, exfuncionaria del Banco Mundial, señaló que las naciones en desarrollo necesitarán de uno a tres billones de dólares cada año para conseguir avances significativos en la transición climática. La falta de financiamiento ha dificultado que esos países reduzcan sus emisiones de carbono y cambien a energías limpias, agregó.
Mientras los esfuerzos por disminuir las emisiones no han sido todo lo eficaces que se deseaba, el conflicto en Ucrania ha repercutido bastante en la crisis climática, ocasionando un círculo vicioso: las emisiones han vuelto al alza y agudizado el efecto invernadero en África y Asia.
De acuerdo con la empresa investigadora Global Energy Monitor (Estados Unidos), la producción neta mundial de electricidad a partir de carbón no deja de aumentar, las nuevas centrales han proliferado en Asia y el planeta pagará caro si no renuncia a este combustible.
Un informe de la Agencia Internacional de la Energía reveló que la demanda de carbón en la India subió ocho por ciento en 2022. Alemania, uno de los pioneros en la captura de carbono, igualmente recurrió al incremento de su producción de electricidad a partir de carbón para hacer frente a los interrumpidos suministros de gas ruso.
El vicedirector regional de la OIM para África Oriental y el Cuerno de África, Justin McDermott, resaltó que la solución de la crisis climática ayudará a estabilizar la movilidad humana, la paz y el crecimiento ecológico.
Las secuelas de dicho fenómeno están invadiendo todos los rincones de la vida, por lo que es hora de tomar acciones globales para compartir equitativamente la responsabilidad por el clima y acelerar la transición verde.