Itinerario escabroso hacia la estabilidad

La vuelta al poder de los talibanes en Afganistán es calificada por la prensa mundial como uno de los eventos destacados en 2021. Aunque terminó la intervención de 20 años de Occidente, el país del suroeste asiático sigue enfrentando dificultades acumuladas y su camino hacia la estabilidad y la paz aún está lleno de baches.

Miembros del Talibán inspeccionan la escena de una explosión de bomba en la ciudad de Yalalabad, provincia de Nangarhar, en el este de Afganistán. (Foto: VNA)
Miembros del Talibán inspeccionan la escena de una explosión de bomba en la ciudad de Yalalabad, provincia de Nangarhar, en el este de Afganistán. (Foto: VNA)

El 2021 marcó un histórico viraje en el proceso de paz en Afganistán. El cuadragésimo sexto presidente de Estados Unidos, Joe Biden, decidió retirar a las tropas de su país de tierras afganas el 11 de septiembre de 2021, a 20 años exactos de los sangrientos atentados del 11S. El gobierno encabezado por el presidente Ashraf Ghani se derrumbó apenas después del repliegue de las tropas occidentales. El 15 de agosto, los talibanes se apoderaron de Kabul, la capital, casi sin oposición, lo cual fijó la retoma del poder de este movimiento tras 20 años.

Los prolongados conflictos armados, los desastres naturales, el hambre, la pobreza y la inseguridad alimentaria han dejado a los afganos entre los mayores grupos de refugiados en el mundo. La Agencia de la ONU para los Refugiados notificó que en solo dos países vecinos, Irán y Pakistán, hay unos tres millones y medio de afganos desplazados. La caótica transición del poder forzó a otros 700 mil civiles a buscar asilo en el extranjero, con lo que el número de refugiados en el Estado del suroeste asiático representa unos 10 por ciento de la población.

La salida de la alianza antiterrorista resucitó la insurgencia. Mientras Estados Unidos y otros países intentaban evacuar a civiles afuera del territorio afgano, Biden advirtió sobre posibles ataques suicidas de combatientes del autodenominado Estado Islámico-Khorasan (EI-K). Y lo menos esperado sucedió el 26 de agosto, cuando mortíferas explosiones sacudieron el aeropuerto internacional en Kabul, donde una multitud intentaba marcharse del país. Casi 200 personas, incluidos soldados estadounidenses, perdieron la vida. El EI-K se adjudicó la autoría del asalto.

El EI-K tiene la ambición de establecer un Estado islámico en toda la región, en lugar de construir un gobierno limitado por las fronteras de Afganistán. Por lo tanto, en cuanto se fueron las tropas aliadas del Occidente, continuó extendiendo su alcance de operación, haciendo sombra a la declaración del Talibán de “traer la paz a Afganistán”.

Por ahora, ningún país ha reconocido oficialmente al gobierno fundado por ese movimiento en Afganistán. El embajador ante la ONU acreditado por el gabinete derrocado dejó de desempeñar el cargo. Las organizaciones de ayuda humanitaria de las Naciones Unidas y otros Estados encaran dificultades al conectarse con las actuales autoridades en tierras afganas para enviar asistencia a millones de habitantes sin alimentos ni alojamientos en invierno.

La coexistencia de diversas etnias y sectas religiosas, junto con frecuentes disputas entre las mismas, supone un tremendo obstáculo para el compromiso de los talibanes sobre un gobierno inclusivo. Entre tanto, varias potencias continúan intensificando las presiones y declararon que no reconocerán ni entablarán relaciones con la fuerza hasta que Afganistán logre formar un gobierno completo, integrado por todos los representantes y componentes sociales, incluidas las mujeres.

En calidad de coordinador, la ONU podría apoyar la reconstrucción de la confianza interna en el Estado del suroeste asiático, así como entre el Talibán y la comunidad internacional. El proceso de paz en ese territorio aún tomará mucho tiempo para ajustarse. En este mismo momento se necesita un mecanismo de ayuda humanitaria urgente a fin de reforzar la recuperación de la paz y la estabilidad en Afganistán.