Al presentar un informe al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas a finales de la semana pasada, David Beasley, director ejecutivo del Programa Mundial de Alimentos (PMA), advirtió que 345 millones de personas en 82 países padecen inseguridad alimentaria aguda. La cifra es 2,5 veces más alta que la reportada antes de la pandemia de Covid-19.
Alertó que el mundo enfrenta “una emergencia global de una magnitud sin precedentes”, y calificó de preocupante el hecho de que 50 millones de personas sufren desnutrición muy aguda y están en el umbral de la hambruna.
La principal causa de la inseguridad alimentaria aguda en varios países son los impactos económicos generados por la pandemia, el cambio climático, la escalada del precio de los combustibles y el conflicto Rusia-Ucrania.
De acuerdo con Corinne Fleischer, directora regional del PMA para Oriente Medio y el Norte África, antes de la pandemia de Covid-19, 135 millones personas sufrían de hambre aguda en todo el mundo. El número se disparó y se pronostica que seguiría al alza. Mientras, los costos de los alimentos han subido 45 por ciento desde que comenzó la crisis del coronavirus.
Junto con la pandemia, la contienda entre Rusia y Ucrania ha sido leña al fuego de la inanición al disparar los gastos en comida, combustibles y fertilizantes, lo cual puso a 70 millones de personas en riesgo de morir de hambre.
Ese conflicto también ocasionó un significativo déficit de los suministros alimentarios mundiales, pues los cereales ucranianos no llegan a los países en vías de desarrollo, que corren el riesgo de hambre severa. De momento, cerca del 44 por ciento de esos rubros puede comercializarse vía Mar Negro gracias a un acuerdo facilitado por las Naciones Unidas y Turquía; pero solo el 28 por ciento del total acaba desembarcar en los países en vías de desarrollo.
Por otro lado, la sequía amenaza los medios de vida de cientos de millones de personas en el orbe. Este año, por primera vez en las últimas dos décadas, es el tercer ciclo consecutivo del fenómeno climático “La Niña”.
Según análisis preliminares de expertos del Centro Común de Investigación de la Unión Europea, el Viejo Continente atestiguó en el verano de 2022 la peor sequía durante siglos. La extrema aridez marchitó los cultivos en importantes áreas agrícolas de Estados Unidos, hasta la cuenca del río Yangtzé (China) y varias regiones de la India, provocando el temor al hambre mundial en el próximo año.
Frente a tal situación, Axel van Trotsenburg, director gerente de Operaciones del Banco Mundial, declaró a la agencia Reuters que su entidad está dispuesta a proporcionar 30 mil millones de dólares para cubrir la escasez global de alimentos.
Antes, el Fondo Monetario Internacional confirmó el plan de ampliar el acceso a la ayuda de emergencia para las naciones afectadas por la escalada de los precios y el desabastecimiento de alimentos. Su directora gerente, Kristalina Georgieva, detalló que la iniciativa permitiría prestar asistencia financiera adicional y sin condición a los países duramente golpeados por la crisis alimentaria y la inflación mundial tras la pandemia de Covid-19.
Aun así, analistas consideran exiguos o solo a corto plazo los esfuerzos de ambas entidades porque los retos relativos a la inseguridad alimentaria han alcanzado un nivel jamás visto, lo cual al mundo le costará soportar, alertó Corinne Fleischer.
Semejante situación requiere que las Naciones Unidas y los Gobiernos se unan y destinen más recursos al combate contra el flagelo del hambre global, con medidas a corto y largo plazo. De ser infructuoso el intento, las regiones podrían enfrentar disturbios sociales.