Economistas coincidieron en que la actual crisis alimentaria parece más grave que la ocurrida en 2008 por factores como la sequía, el crecimiento poblacional, el alcista consumo de trigo en los países en vías de desarrollo y la producción de combustible a partir de cultivos. Esta vez sería espinoso encontrar fuentes alternativas a las provenientes de Rusia y Ucrania debido a las interrupciones en las cadenas de suministro de estos dos países, proveedores de cerca del 28 por ciento del volumen global de ese cereal, del 15 por ciento de maíz y del 75 por ciento del aceite de girasol en la cosecha 2020-2021.
Se prevé que la sequía en Estados Unidos reducirá la cosecha invernal de trigo, mientras otro tanto ocurrirá en Francia debido al granizo, los fuertes vientos y las lluvias torrenciales de este mes. En Argentina, el sexto mayor exportador de ese producto en el mundo, factores climáticos también achican las perspectivas de producción para la temporada 2022-2023.
El declive de la producción de trigo de la India ocasionado por una inusual ola de calor igualmente generó un tremendo impacto sobre las provisiones al mercado mundial. El Gobierno del país surasiático ha tenido que suspender su decisión de “alimentar al mundo” al destinar solo un modesto volumen de harina de trigo a la exportación y, la mayoría de su producción a sus casi mil 400 millones de habitantes.
Preocupada por la creciente inflación, que en 2014 contribuyó a la caída del Gobierno liderado por el partido del Congreso Nacional Indio, el actual primer ministro, Narendra Modi, ordenó frenar de inmediato las ventas de trigo al exterior. Esta acción fue tomada después de anunciar el Ministerio de Comercio e Industria el envío de delegaciones a nueve países para exportar un récord de diez millones de toneladas de harina de trigo este año fiscal, muy por encima del ejercicio previo.
La India es uno de los al menos 19 países que han restringido las exportaciones de alimentos desde el estallido del conflicto en Ucrania en febrero de 2022, que disparó los precios, afectó el comercio internacional de productos agrícolas y prendió violentas revueltas en algunos países en vías de desarrollo.
Los Gobiernos de muchos países restringieron las exportaciones de alimentos justo en el momento en que los daños económicos provocados por la pandemia de Covid-19, junto a factores como los fenómenos climáticos extremos y los cuellos de botella en las cadenas de suministro habían agudizado el hambre a niveles inéditos.
El Programa Mundial de Alimentos informó en abril último que en 81 países donde opera la agencia el número de personas bajo inseguridad alimentaria aguda más que se duplicó desde 2019, antes de la campaña militar rusa en Ucrania, a 276 millones de personas.
Pronosticó que las tensiones entre esas potencias agrícolas harán subir la cifra de víctimas de inseguridad alimentaria a por lo menos 33 millones, en su mayoría procedentes del sur del África subsahariana.
En virtud de las reglas de la Organización Mundial de Comercio, los países miembros tienen derecho a decretar prohibiciones o restricciones a las exportaciones de alimentos u otros productos si se encaran “faltantes críticos”.
Sin embargo, Michele Ruta, economista titular del Grupo del Banco Mundial, comentó que los límites a las exportaciones amenazan con acelerar el alza en los precios globales de alimentos, produciendo un efecto dominó.
Según expertos, la crisis alimentaria empeorará si otros países toman medidas similares. Recortar los envíos de alimentos al exterior no constituye la solución, sino que hacen falta acciones recíprocas entre los países.