En menos de una semana, los hackers lanzaron tres ataques a gran escala contra empresas y organismos gubernamentales en Francia. Tras acceder de manera no autorizada a datos críticos de los ministerios del Interior y de Deportes, Juventud y Vida Comunitaria, los ciberdelincuentes paralizaron los sistemas postal y bancario en plena temporada navideña.
En Japón se filtraron aproximadamente 740 mil registros de datos de clientes como consecuencia de un ataque de ransomware (un tipo de software malicioso utilizado para secuestrar información y exigir rescates). En Corea del Sur, los ataques similares contra el sector empresarial también han aumentado en los últimos tiempos.
Estos hechos evidencian que la ciberdelincuencia cobra una dimensión cada vez mayor, tanto en escala como en grado de sofisticación, con repercusiones directas sobre la economía, la estabilidad social y la seguridad de todos los países. Según estimaciones de la firma estadounidense Cybersecurity Ventures, este año las pérdidas globales provocadas por delitos cibernéticos alcanzaron los 10,5 billones de dólares, más del triple que en 2015, y en 2029 podrían superar los 15 billones.
Resulta alarmante que los riesgos asociados a la IA se extiendan más allá de las meras pérdidas económicas, al abarcar ciberataques contra sectores críticos como el transporte, las finanzas, la sanidad y la energía, con consecuencias graves para la seguridad nacional y el orden social. Si estos riesgos no se abordan con prontitud, las vulnerabilidades del ciberespacio pueden erosionar la confianza de la ciudadanía y las empresas en el proceso de transformación digital, lo que ralentizaría el desarrollo económico.
Según los expertos, el ciberespacio será en 2026 un campo de batalla estratégico en el que la IA será la principal arma. La IA y la ciberseguridad ya no son ámbitos separados, sino dos caras de una misma moneda en la que se entrelazan oportunidades y desafíos.
Por un lado, la IA refuerza las capacidades defensivas al permitir identificar y neutralizar las amenazas con mayor rapidez. Por otro lado, ha proporcionado a los delincuentes herramientas de ataque cada vez más sofisticadas y precisas al sustituir los métodos manuales por procesos automatizados que pueden identificar vulnerabilidades, generar múltiples variantes de malware (programas diseñados para infiltrarse y dañar sistemas) en poco tiempo y modificarse de forma continua para eludir los sistemas de protección tradicionales.
En este contexto, muchos países apuran sus esfuerzos para reforzar sus defensas digitales y salvaguardar así su soberanía, su economía y su seguridad nacional en el ciberespacio, al tiempo que sientan las bases para un desarrollo seguro y sostenible de la tecnología de la IA.
Sin embargo, dada su naturaleza sin fronteras, la guerra cibernética es un desafío que ninguna nación puede afrontar por sí sola y que exige una coordinación a escala global.
En este sentido, la ceremonia de apertura para la firma de la Convención de las Naciones Unidas contra la Ciberdelincuencia (Convención de Hanói), celebrada en octubre de 2025, marcó un hito en los esfuerzos colectivos por configurar un orden global de seguridad cibernética. Solo con el esfuerzo conjunto de todos los países la era digital puede convertirse en una era de oportunidades para el desarrollo.